Mis amigos y yo teníamos hambre. La jornada académica del día 14 se había prolongado hasta la noche, con una conferencia de Jean-Francois Foguel. Le consultamos a nuestro colega venezolano, Jesús Parra, sobre algún lugar, con comida variada, adónde ir. La verdad es muy difícil que dos argentinas, una guatemalteca, una brasileña, un nicaragüense y un peruano -todos periodistas-, quieran lo mismo, por lo que Parra nos recomendó “El Budaré de la Castellana”. Fuimos para allá.
En mis pocos días en Caracas, ya había tenido contacto con algo que llamo “la amabilidad caraqueña”. Algunos caraqueños son bastante parcos, de trato adusto y poco amable. Pero los mozos de los restaurantes, casi todos con los que nos topamos, tienen estos defectos. El que nos atendió en “El Budaré…” rompió records olímpicos.
Primero, no tuvo paciencia para explicarnos qué llevaba cada plato –no tomó en cuenta para nada que eramos extraños en su tierra-. Cuando le preguntamos qué jugos o refrescos tenía para beber, nos dictó rápidamente una lista que más parecía un trabalengua –varias de las chicas estallaron de risa por lo ridículo de la situación-, y muchas cosas más.
Al final, lo que creíamos una velada tranquila terminó de manera poco agradable. Fue nuestra compañera Laura, de México, quien puso en su sitio al administrador del restaurante.
La pregunta que me queda al final es: ¿Caracas está preparada para atender a los turistas?
La verdad, sentirse maltratado en tierra ajena no es precisamente una invitación a volver. Lo que Pedro piadosamente llama \»la amabilidad caraqueña\» (y que tristemente fue el común denominador de casi todos los restaurantes en que comimos el variopinto grupo de periodistas)puede ser un mal referente para el turismo. Lamentable, si tomamos en cuenta que la cocina de Caracas es absolutamente divina.
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Lo de \»amabilidad\» era solo un eufemismo, querida Nancy.
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Lo de ser \»piadoso\» también, Peter.
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