Foto: Yael Rojas. Tomado de Perú.21
Ocurrió hace menos de una semana. Lay Fung, un perro rottweiler que cuidaba un estacionamiento del Centro de Lima, mató a mordiscos la madrugada del martes a William Paredes Quispe, un sujeto que ingresó a la propiedad, presuntamente a robar. El can fue llevado al Centro Antirrábico de Lima para descartar una posible rabia y permanece ahí a la espera que las autoridades determinen su futuro: su sacrificio o devolución a su dueño.
El que Lay Fung sea ‘puesto a dormir’ despertó una corriente de opinión pública en contra de esta posibilidad. Los foros colocados por los principales sitios webs periodísticos del Perú están atiborrados de mensajes a favor del can, mientras que en los sondeos la opción de mantenerlo con vida es mayoritaria. Yo también estoy a favor de esta última opción, pero tengo reparos.
Este tipo de perros son peligrosos, esta vez mató a un ladrón, más adelante podría acabar con la vida de un ser inocente. Pero lo que más me preocupa es que me pude dar cuenta que muchos participantes de los foros están de acuerdo con terminar con la vida de un delincuente.
La delincuencia en Lima y en el resto del país comienza a alcanzar niveles preocupantes. No es la delincuencia de alto nivel, sino la común la que afecta la vida del ciudadano de a pie. Y debido a ello es que la mayoría celebra que Lay Fung hubiera acabado con Paredes Quispe, quien tenía antecedentes penales y consumía drogas.
Como bien apunta Augusto Álvarez Rodrich, director de Perú.21, estamos en riesgo de aplicar la ley al estilo del ‘Far West’ y eso es preocupante. Basta ver el caso del empresario Héctor Banchero, quien hirió de gravedad a un ladrón que quiso robarle cuando se trasladaba a bordo de su auto. Como se recuerda, en el 2003, el dueño de la joyería Casa Banchero mató a otro delincuente a las afueras de su casa. Su abogado alegó defensa propia y gracias a ello no fue a la cárcel.